Pronunciado en la sesión del 25 de marzo de 1936
Señor Presidente:
Con ocasión a los debates que se surten en el Congreso de la República sobre diferentes temas de interés nacional y escuchando los debates que hoy en día se suscitan en las sesiones plenarias con participación de los integrantes de partidos políticos queremos compartir con nuestros lectores una anécdota simpática en la intervención del Representante Nieto Caballero sobre el divorcio vincular
En alguna ocasión se presentó en la oficina judicial del doctor Nicolás Esguerra un individuo que deseaba formalizar un contrato. Había visto una tierra que le gustaba y la había negociado con el dueño. En la oficina del doctor Esguerra se estudiaron cuidadosamente los títulos, se hallaron perfectos y se le redactó la póliza. El individuo celebró el contrato. Tres o cuatro meses después, se presentó en la oficina "me embromaron ustedes con el negocio que me hicieron hacer. La tierra es estéril, no produce nada, no vale lo que pague por ella". Así dijo. El doctor Esguerra le contestó: "Nosotros no fuimos consultados para el negocio en sí mismo, ni le hubiéramos dado opinión, porque no somos agricultores. Nos limitamos a una labor de derecho. No somos responsables sino por la póliza".
Esta anécdota, que desde niño le oí contar a Lucas Caballero, compañero del doctor Esguerra en la oficina, me ha venido muchas veces al recuerdo, frente al complejo, de inferioridad o de superioridad, que en esta Cámara yo llamaría el complejo jurídico. Hay individuos profundos en la ciencia del derecho que, en materias constitucionales, se conforman con que el artículo que se discuta o la fórmula que se proponga sea jurídicamente perfectos. Se traen de otras legislaciones artículos o conceptos excelentes, para incrustarlos en nuestra Constitución, y se asombran de muy buena fe por lo que todos no los aceptamos como la última expresión de la ciencia.
Y es un grande error. En materias constitucionales, lo jurídico no es lo menos, pero tampoco es lo más. Una constitución es el reflejo del estado social de un país. Es necesario haber estudiado la historia, el ambiente, las costumbres, la ideología, la manera de reaccionar de los asociados, para prever los efectos de cualquiera medida, antes de consagrarla. Es labor de sociólogo. Cuando todo eso haya sido estudiando y contemplado y discutido, para llegar a una conclusión, llega el jurista. El jurista es el que hace la póliza, como en el cuento del doctor Esguerra.
Tanto es esto cierto y tanto conviene considerar el grado de desarrollo y la evolución de un pueblo para redactarle sus instituciones, que el padre de la Patria, don Simón Bolívar, llegó a decir: "Acaso nos convendría más el Corán que el Gobierno de los Estados Unidos, no obstante que el Gobierno de los Estados Unidos es el mejor del mundo". Las intuiciones del genio coincidían ahí con las más profundas verdades del sociólogo. Pero así como ayer hubo aquí quien me parangonara a Renán, uno de los pensadores fundamentales del mundo, con Guido da Verona, una especie de coupletista de la novela, y quien dijera que a la luz de la ciencia moderna el latín es una lengua bárbara, temo que el testimonio del Libertador se rechace por lo que no era un jurista. Y he traído por eso citas de juristas para hablar del divorcio.
Ruy Barbosa, el gran jurisconsulto brasilero, representante de su país en las conferencia* de La Haya, y hombre de América, por el poder de su inteligencia y la amplitud de su visión, al hablar de la oposición de Italia al divorcio, trajo esta cita, de un autor cuyo nombre calló, infortunadamente: "Nuestra Italia hace parte hoy de esos países donde los doctrinarios se sujetan a las menores reservas y gozan de la más grande impunidad. Sobre los grandes problemas, sea de la política sea del derecho, surgen de tiempo en tiempo, como hongos, inopinadas proposiciones, demasiado audaces a menudo, que con igual rapidez pasan de un pequeño círculo de oscuros dileltanti al de la representación nacional, sin que el público hay manifestado jamás su intención no sola¬mente de aprobarlos, sino de reclamarlos.
"Así, comenta Ruy Barbosa, se pronunciaba en tierra italiana, hace veinte años, una de las grandes lumbreras de la jurisprudencia y de las ciencias sociales, llegada en apoyo a la teoría de la indisolubilidad del matrimonio, amenazada por la revocatoria propuesta del artículo 148 del Código Civil".
Y abundando en las ideas de las cuales fue síntesis la frase del Libertador, que cité hace un momento. Ruy Barbosa escribió: "Ante el tribunal donde debía adelantarse el debate planteado por el tadicalismo innovador, sus adeptos citaban el testimonio de casi toda Europa y de la mejor parte de nuestro continente. Pero en ese llamamiento a la aprobación de los pueblos extranjeros, los entusiastas olvidaban una autoridad capital en la materia: el sentimiento de la nacionalidad en donde se premeditaba derribar las instituciones más venerables".
Es lo que se ha olvidado entre nosotros por quienes no son hábiles sino en la redacción de las pólizas.
Quiero acabar con un equívoco. Aquí se ha tenido la simpatía por el divorcio como una demostración de inteligencia, como un signo de avance, como un título al aplauso de los revolucionarios, de los izquierdistas. Y yo quiero decir muy claramente que el matrimonio, como lo entendemos los partidarios de la moral cristiana, es la civilización. El divorcio es de salvajes.
Todos los seres humanos viven en grupos familiares, entre los cuales se practica la poliga-mia, o la poliandria, según que sea patriarcal o matriarcal la sociedad establecida. Es el hombre con varias mujeres o la mujer con varios maridos. La poliandria del tipo Neri excluía toda relación de consanguinidad entre los diversos maridos de la misma hembra. La poliandria del Tíbet era un grupo de hermanos casados con una sola mujer. Y ha existido el punaluan de Haway, que era un grupo de hermanos casados con un grupo de hermanas, barajados, de tal suerte que cada hombre era el marido de todas las mujeres y cada mujer era la esposa de todos los maridos.
Giddings, a quien ello con temor, porque el Representante Sarmiento Alarcón puede parangonarlo con Álvaro Retana, así como parangonó a Renán con Guido da Verona, por lo que no es jurista, pero que es, sin embargo el sociólogo más ilustre de los Estados Unidos, dice que entre los blacgfellows de Australia, los esquimales, los salvajes del Amazonas y muchas otras tribus, es frecuente la unión, la deserción, el divorcio, el nuevo matrimonio o la nueva unión, deparejas diferentes. Humboldt halló lo mismo entre los salvajes del Orinoco. Y a dondequiera que dirijamos la vista, entre los seres sin civilizar, hallaremos que el matrimonio es cosa pasajera, divertida, que no impone obligaciones, que se hace y se deshace con la misma facilidad que un tejido.